En muchas culturas, los árboles eran considerados sagrados y se creía que los espíritus de la naturaleza habitaban en ellos, especialmente en árboles como el roble, el fresno y el olivo. Al tocar la madera, se pensaba que se invocaba la protección de estos espíritus para alejar los males y evitar que lo negativo que se había mencionado se convirtiera en realidad.