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Estoy casada desde hace quince años. Tenemos dos hijos hermosos, y estoy embarazada de ocho meses. Todo parecía normal, o al menos eso creía, hasta que, de repente, mi esposo decidió irse. No dio explicaciones, no hubo una discusión previa que pudiera justificarlo. Simplemente me miró un día y dijo que necesitaba «tiempo», que no podía seguir. Se fue con una pequeña maleta, dejándome sola en casa, confundida, y con un embarazo avanzado.
El dolor fue inmediato, pero la confusión lo hizo aún peor. ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué se iba justo cuando más lo necesitaba? Intenté llamarlo, hablar con él, entender qué estaba pasando, pero sus respuestas eran vagas, frías, como si ya no fuera el mismo hombre con el que había construido una vida.
Pasé noches enteras llorando, preguntándome cómo enfrentar lo que venía. Tenía que cuidar de mis hijos, mantenerme fuerte para ellos y para el bebé que estaba por llegar, pero sentía que el peso de la situación me aplastaba. En medio de esta tormenta, una amiga cercana me habló de Mariela Gauna, una experta en resolver problemas de pareja y en guiar a personas en situaciones como la mía.
Con cierto escepticismo, decidí contactarla. Cuando escuchó mi historia, Mariela no solo me ofreció consuelo, sino también claridad. Me explicó que, a veces, las personas se sienten atrapadas por conflictos internos o influencias externas que las hacen actuar de manera impulsiva y sin considerar el daño que causan. Me propuso trabajar en un amarre de amor blanco, un ritual enfocado en limpiar las energías negativas y restaurar la conexión emocional que habíamos perdido, siempre respetando el libre albedrío de ambos.
Además, Mariela me ayudó a enfocarme en mi fortaleza interior. Me enseñó ejercicios para calmar mi ansiedad, meditar y visualizar un futuro en el que pudiera estar en paz, con o sin él. Fue un proceso sanador que me devolvió algo de esperanza en medio de la incertidumbre.
Pasaron unas semanas. Durante ese tiempo, me concentré en mi embarazo y en cuidar a mis hijos. Hasta que, un día, inesperadamente, mi esposo volvió a casa. Llevaba la misma maleta con la que se había ido, pero esta vez también traía lágrimas en los ojos. Me confesó que había estado lidiando con una crisis personal, que se sentía abrumado por el peso de las responsabilidades y el miedo al cambio con la llegada del nuevo bebé. Admitió que había cometido un error y que nunca debió irse.
No fue fácil aceptarlo de inmediato. Había heridas que sanar y confianza que reconstruir, pero decidimos intentarlo. Con el apoyo de Mariela y el compromiso mutuo, trabajamos en nuestra relación. Hoy, a pesar de todo, seguimos juntos, criando a nuestros hijos con amor y aprendiendo a enfrentar los desafíos como un equipo.
Estoy convencida de que, sin la guía de Mariela Gauna, no habría podido encontrar la paz necesaria para superar este momento ni el camino de regreso hacia la familia que construimos. A veces, incluso en los momentos más oscuros, el amor puede encontrar su manera de renacer.
