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En la noche de Nochevieja, rodearse de amigos y encender una vela dorada es un ritual que invoca prosperidad y un año nuevo lleno de éxitos.
En Nochevieja, es tradición lanzar un poco de sal por encima del hombro para alejar la mala suerte y comenzar el año con una energía renovada.
Las ristras de ajo, tan presentes en las cocinas, no solo son ornamentos, sino guardianes que velan por la salud energética de quienes habitan la casa.
Una ristra de ajo bien colocada guarda el secreto de su poder: una barrera invisible que ahuyenta lo oscuro y atrae la serenidad.
La ristra de ajo en el pasillo es un símbolo humilde y poderoso, que susurra historias de protección y fortaleza frente a cualquier adversidad.
La herradura de un caballo viejo, ahora reluciendo sobre la puerta, habla de protección, de tradición y de la fe en lo sencillo y poderoso.
El ajo, desde tiempos inmemoriales, ha sido trenzado y colgado con la certeza de que su presencia ahuyenta cualquier intento de maleficio.
Cada casa que respeta las costumbres sabe que una herradura bien colocada en la puerta es más que un adorno, es un amuleto que guarda la paz del hogar.
Enciende una vela blanca y coloca un poco de sal marina en un plato cerca de la entrada. Esto es conocido por renovar y purificar la energía del hogar.
En la puerta principal, una herradura con sus puntas hacia arriba se convierte en una sonrisa de hierro que aleja los infortunios y recibe la buena energía.
Las puertas que muestran una herradura de hierro son más que entradas; son pasajes que han sido sellados contra las energías que buscan perturbar la paz del hogar.
La herradura colgada en la puerta, con sus puntas hacia arriba, es un símbolo ancestral de protección que recoge la buena fortuna y aleja el mal de casa.
La ristra de ajo, con su presencia inconfundible, protege la casa y atrae la buena salud, una costumbre que se transmite de generación en generación.
Las puertas con una herradura fijada hacia arriba preservan la dicha y hacen de la entrada un portal invulnerable a lo indeseado.
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